Las disculpas del cuarto poder

Por Guillermo Lòpez Franco

Nuestra República y su prensa se levantarán o caerán juntas –
Joseph Pulitzer

A mediados del siglo XIX comenzó a utilizarse la expresión de “Cuarto Estado” o “Cuarto
Poder” para referirse a la prensa. En ese entonces, con el avance en la imprenta, la cantidad
de nuevas compañías editoriales y una sociedad más alfabetizada, se podía ver que los medios
impresos efectivamente podían rivalizar con las instituciones tradicionales de la Iglesia y el
Estado y con los poderes gubernamentales: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El rey o el
primer ministro dictaban un discurso, pero en él periódico la gente podía leer un reportaje sobre
el evento e incluso críticas a la postura del mandatario.

Con el paso del tiempo, la prensa y los medios de comunicación electrónicos y digitales fueron,
efectivamente, constituyéndose como una pista más de la arena pública. Los gobiernos
aprendieron a explotar su capacidad de difusión a gran escala para promover sus ideas y
fomentar una percepción dominante entre el público; el capital privado hacia promoción de sus
productos y se desarrolló la profesión periodística para indagar, para cuestionar, para hacer
pública la información.

Los medios se han vuelto tan influyentes que podemos decir que la cultura de los últimos 50
años ha dependido de ellos. Preguntémonos quién de nosotros no tiene un programa televisivo,
una película o una red social favorita. Los periódicos de papel tal vez ya circulen poco, pero hay
quienes tienen suscripciones a varios medios digitales. Sin duda es la era de la información,
con medios mucho más potentes que la imprenta de Gutenberg.

Sin embargo, a pesar de la revolución tecnológica, hay algunas cosas que no han cambiado.
Podemos señalar dos en especial: la constante disputa entre los medios y los poderes
gubernamentales y la necesidad de la libertad de prensa. Podemos hablar de radio, televisión o
Internet, pero estos dos principios se mantienen.

Los periodistas, los comunicadores, necesitan libertad para decir, opinar y preguntar lo que
concierne al interés público. Y es precisamente esa libertad lo que lleva a un conflicto con los
poderes del Estado. Esto no significa que deban tener un conflicto abierto, pero está claro que
una prensa capaz de cuestionar resulta incómoda para cualquiera. No obstante, la paradoja es
que mientras menos gratos resulten los medios frente al poder estatal y los grandes capitales,
más necesarios resultan, porque probablemente sea una de las pocas herramientas que tiene
la ciudadanía para acceder a la información y exigir cuentas a los gobernantes. Podemos decir
que, actualmente, una parte esencial de la democracia es la robustez de su libertad de prensa.

Y esto nos lleva al caso de México. Desde hace más de cien años, tenemos una tradición de
prensa y medios de comunicación y, por desgracia, una historia de control estatal sobre la
libertad de expresión: Desde las continuas supresiones de periódicos revolucionarios por parte
de la dictadura porfirista, pasando por el asesinato de Manuel Buendìa en 1984 hasta la època
actual, en la que los medios son los “sospechosos usuales” de conspirar contra el gobierno o
de mentir abiertamente para manipular a la opiniòn pùblica.

Pero es que, en realidad, el cuarto poder mexicano es muy débil. Solo en 2025, 7 periodistas
mexicanos han sido asesinados. 141 en todo el siglo XXI, según lo reporta Amnistía
Internacional. En el Índice Mundial de Libertad de Prensa, México ocupa el lugar 124.
Sencillamente, vivimos en un país donde hablar de màs cuesta caro y donde, como dirìa
Edmundo Valadez, la muerte tiene permiso para entrar a la sala de prensa.

Tal vez haya que considerar que México es un país azotado por la violencia y la corrupción y
que los periodistas no pueden esperar mejor suerte que la mayoría de la población, pero es
que esto sucede incluso cuando existe el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras
de Derechos Humanos y Periodistas, aún podemos ver la acción criminal contra los medios.

Y luego está otro tipo de violencia, mucho más sutil, muy difícil de probar: la censura. Desde
que se inventó la figura de ¿Quièn es quièn en las mentiras? Y el “Detector de Mentiras” en las
conferencias presidenciales de Palacio Nacional, la presión sobre los medios ya viene desde
fuentes oficiales, con descalificaciones directas hacia los comunicadores. Esto no es un invento
mexicano, por supuesto, vea por ejemplo a Donald Trump, pero sí llama la atenciòn como en
un paìs tan golpeado por el crimen, todavìa hay espacio para que gobernadores como Layda
Sansores, Alejandro Armenta o Cuitlahuac Garcìa se dediquen a demandar a medios o
promuevan legislaciones que limitan la capacidad para que sus gobiernos sean cuestionados.

Hay algunos propagandistas del gobierno que los medios deben pedir disculpas cuando se
equivocan. Nadie lo niega, para eso existen las Cartas al Editor, las Fes de Erratas y los
Comunicados de Aclaración, pero ¿podemos hablar de que hay medios de comunicación
conservadores? ¿debemos creer que hay campañas de información organizadas por la prensa
para desprestigiar al gobierno? A cambio, tenemos a periodistas en litigio contra la presidencia
por causas de difamación o a ciudadanos obligados a ofrecer disculpas públicas a un legislador
por lo que dijeron o escribieron. Y, como si no fuera suficiente, las armas del crimen no dejan de
disparar contra el periodismo.

Creo que en las estructuras de los tres poderes mexicanos está corriendo una fuerte tentación
de someter al cuarto. Un medio o periodista está obligado a rectificar cuando ha dado
información falsa o cuando no ha sido preciso en su información, pero no por eso debe dejar de
trabajar y los ciudadanos no deben tener miedo de opinar bajo la amenaza de sufrir represalias.
No, poca cosa hay más dañosa que tener a comunicadores dispuestos a callar ciertos temas o,
en todo caso, a promover el discurso oficial, frente a las amenazas de la liquidación, la
difamación o la muerte. Si llegamos a ese punto, no habrá disculpa que valga.

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