Las revoluciones duran semanas, años, y después, durante decenas y centenas de años, se adora como algo sagrado este espíritu de mediocridad que las ha suscitado – Boris Pasterna
El fetichismo, volviendo a su concepción original, se refiere a darle un carácter místico o sagrado a ciertos objetos. El término es muy antiguo y su uso se refería a objetos mágicos o ídolos. Con el tiempo, Freud nos hablaría de fetichismo sexual y Marx sobre el fetiche de la mercancía; ambas se refieren a darle propiedades especiales, incluso sobrenaturales, a una cosa o a una idea.
Con el riesgo de caer en un error de anacronía y de comparaciones espurias, me gustaría compartir con el lector mis reflexiones sobre como la voz de la revolución es una de las más provocativas y diría que engañosas en la historia de las ideas políticas, especialmente por el fetiche en el discurso político
Últimamente, en el argot político mexicano, hay ciertas frases que parecen contenedoras de ideas profundas y que se replican en las comunicaciones oficiales para integrar un discurso que identifique no solo a un partido político, a un gobierno o un movimiento social, o tal vez, a los tres al mismo tiempo. Seguramente usted conoce de qué hablo, expresiones tales como “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, “partido mayoritario”, “derecha conservadora”, “luchador social”, “dignidad del pueblo”, “legitimidad”, “cuadros”, “bases”, “pueblo”, “transformación”, “regeneración nacional”, “pueblo” y un muy largo etcétera.
Estas expresiones existen para cumplir un propósito: crear una identidad, una marca y un campo semántico asociado a dicha marca. No le estoy diciendo nada nuevo, cualquier especialista en mercadotecnia podría darle una explicación más completa de la que aquí puede ver. Lo que se propone aquí es revisar un poco más sobre cómo y por qué se utilizan Si usted está de acuerdo, podremos repasar cada una de ellas, pero en esta ocasión, me gustaría hablar del fetichismo de la revolución.
México es un país que ha construido su identidad moderna a partir de un proceso fundacional: la revolución mexicana. Eso no quiere decir que la independencia o algún otro evento no hayan intervenido, pero es que la revolución fue la que creo las bases de la Constitución, el gobierno dominante durante más de siete décadas y buena parte de las instituciones que aún operan en nuestro país. Fueron más de 20 años que incluyeron el fin de una dictadura, el establecimiento de principios democráticos, dos guerras civiles y la creación de una amalgama de Partido-Gobierno-Estado que se encargó de definir la identidad mexicana y la configuración de su cultura y sociedad con base en la promoción de una historia oficial.
Los políticos mexicanos del siglo XX se encargaron de legitimar su poder con base en el proceso revolucionario. La revolución paso de ser un evento histórico a un fetiche, se le atribuyeron propiedades épicas, legendarias y se estructuró un Panteón Nacional con deidades y demonios representados en próceres liberales y abyectos conservadores.
Llegamos al siglo XXI, pareció que con el cambio de milenio y con una redistribución del poder político, la revolución perdió algo de su halo místico, sin por ello perder su trascendencia histórica, pero ya no tenía usted a políticos replicadores del discurso revolucionario, sino a otras ideas que se incorporaron al vocabulario político, como podrían ser “alternancia”, “transparencia”, “democracia”. Como siempre, los políticos formaron una identidad y un discurso con la promoción de dichos valores.
Llegó 2016 y comenzamos a ver “regeneración nacional”. En 2018, asistimos a la acuñación de “revolución de las consciencias” y “cuarta transformación”. En esencia, los nuevos términos funcionaban para presentar la idea de que había un presente corrupto, que había incumplido las promesas del siglo XXI y que, irónicamente, era necesario volver al pasado, a los tiempos en los que México debía mirar a sus raíces y renovarse con una retrospectiva; reconstruirse con base a una idea que ya no era “revolución mexicana” sino “revolución de las consciencias”.
Dicho proceso implicaba desarmar, deconstruir o destruir (use el término según la afiliación política) las instituciones existentes y reconfigurarlas según las ideas del caudillo-partido-movimiento-gobierno-Estado. Cualquier cambio estaba sustentado en la misma idea revolucionaria y si obedecía a la revolución de las consciencias, no solo estaba bien hecho, sino que contaba ya con la aprobación de la ciudadanía.
Y es ahí donde vemos la fetichización de la revolución. Ya no era importante qué significara, sino que llevara esa expresión en alguna parte del discurso para legitimarla. Podríamos hablar de qué significa la expresión exactamente, pero eso ya no importa, lo que cuenta es cómo se mantiene para seguir construyendo una identidad y un mensaje político.
Y es precisamente porque no tiene un significado concreto que lo único que podemos hacer ver es su punto de partida: el pasado mítico revolucionario de principios del siglo XX, en el que los héroes eran patriotas de una generación excepcional, en el que los mexicanos se lanzaron a una lucha por el amor y la justicia y en el que el país se volvió un ejemplo de renovación social.
Por eso se utiliza el nombre de Benito Juárez en todos los programas sociales, por eso se dedican años e iniciativas a figuras históricas o sociales “Año de Leona Vicario”, “Año de la Mujer Indígena”; “Becas Rita Cetina”, “Universidades Rosario Castellanos”; “Noche Victoriosa”, “Fundación Lunar de Tenochtitlan”. Por eso el nuevo gobierno debe llamarse así mismo “segundo piso”, porque la revolución está inacabada, debe continuar, no se puede romper con ella. Y esto hace a un lado la idea de novedad, de cambio, porque la revolución de las consciencias es imprimir nuevamente la mitología histórica mexicana en la identidad nacional, es el gran salto hacia atrás en nuestro entendimiento de lo que significa ser mexicano. Es el fetiche de la revolución.
Bibliografía
Celikates, R., Exposito, J., García, G., Lemmi, S., Lorey, I., Morales Olivares, R., … & Starosta, G. (2018). Conceptos para comprender la sociedad contemporánea. Cuadernos de Teoría Social, 4.
Mena, María Inés. (2011). El lugar del fetiche en el discurso de Freud y de Marx a la luz de la época actual: “posmoderna”. Anuario de investigaciones, 18, 95-99.
Souyris, L. S. (2016). Retórica del pueblo: narcisismo y fetichismo. Laclau, lector de Freud. Revista de la Academia, (22), 36-59.