RECUERDEN QUE NOS AMENZA LA SEQUÍA, AHORREMOS AGUA
El evento más trascendental e histórico en el catolicismo, es el de la Semana Santa que tuvo su esplendor entre los Siglos XII y XIV de nuestra Era. Judíos y romanos convertidos al catolicismo, aceptados como cristianos, dan margen a la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.
En la Capital de la República, en Iztapalapa, desde hace 179 años tiene lugar la escenificación del suceso registrado a las tres de la tarde del Viernes Santo.
Desde el Domingo de Ramos hasta la Crucifixión requiere de la participación de 4,163 personas, de ellas 173 son actores, todos originarios de ese lugar, elegidos con un año de anticipación. La personificación de Jesús y de María, es alta distinción que se otorga a dos jóvenes.
La pandemia impidió que en los dos últimos años hubiese público el Viernes Santo. Fueron las dos únicas veces que, desde 1843, se desarrolló exclusivamente con los actores y se permitió la transmisión completa por la televisión.
Se estima que la concurrencia, bajo control de la autoridad, al reanudarse el acceso al público, éste será de casi tres millones de personas, procedentes de los Estados, turistas de diversos países de Europa y Asia, vendrán los vecinos del Norte y estarán los de la Ciudad de México.
En los años 40, para llegar a Iztapalapa el viaje se hacía en lanchas o trajineras. El muelle estaba en el cruce de lo que hoy es Calzada de La Viga y Calzada de Chabacano, en Jamaica. Contaba el fotógrafo “Chino” Pérez de La Prensa: “Salíamos del embarcadero a las 8 de la mañana. Íbamos como “enviados especiales”. Regresábamos a las seis de la tarde. Ya nos habíamos echado unos tacos y el rico pulquito”. Eso nos da idea cómo cambió México.
NI LA LUMBRE SE PRENDÍA
Los que pertenecemos a la “Generación Petróleo”, nacidos entre 1934 y 1940, al comienzo de la cuarta década del siglo, nos tocó vivir “nuestras primeras” Semanas Santas. En la familia católica, desde mis bisabuelos, decían que “se guardaban los días santos” y eso consistía en suspender las actividades rutinarias. Eso lo viví en Santa Úrsula Xitla, en Tlalpan, atrás de los restaurantes de Talavera y de Arroyo, en Insurgentes Sur, Tlalpan.
Recuerdo que la semana anterior al Domingo de Ramos, mi Abuelita Aurelia preparaba la comida para los siguientes cinco días. En casa, de paredes de adobe y techo de láminas de cartón, reinaba el silencio. Nos alumbrábamos con un quinqué (lámpara) alimentado de petróleo y velas. El radio y la victrola permanecían en silencio. El bracero se utilizaba únicamente para calentar los alimentos, el café o el atole de masa y las tortillas.
Las puertas de la iglesia estaban abiertas desde temprana hora. Se tenía un programa preparado para cumplir con el rito católico, principalmente Jueves y Viernes Santos. Generalmente se ayunaba y no se comía carne roja. Las mujeres deberían cubrirse la cabeza con una mantilla, pañoleta o mascada.
No había repique de campanas, el llamado a las misas se hacía con una matraca gigante y a las 10 de la mañana del sábado “se abría la gloria”
El Viernes Santo, el día mayor, el día de duelo, el día de la muerte de Jesucristo, el ayuno era tomar café o atole y un bolillo e igual por la noche. A la hora de la comida, pescado de preferencia, aun cuando también había “romeritos” con tortas de camarón, camarones enteros y bacalao. No consumía el acostumbrado pulque ni bebidas alcohólicas. Agua simple o de frutas “para bajar la comida”, se decía.
QUEMA DE JUDAS Y BAÑO CALLEJERO
Por mucho tiempo, comentaría que por siglos, los católicos despertaban temprano, era Sábado de Gloria. Terminaban los días santos. 24 horas después, Domingo de Resurrección.
En el Concilio Vaticano II, iniciado por el Papa Juan XXIII y concluido por Pablo VI, se hicieron reformas relacionadas con la Semana Santa. Una de ellas fue la supresión de la liturgia de los Miércoles de las Tinieblas, que la verdad no había oído nada al respecto.
La más significativa y trascedente modificación o reforma fue la supresión del tradicional Sábado de Gloria. Una fecha en que, particularmente, en el entonces seguro y tranquilo Distrito Federal, se caracterizaba por dos eventos. Uno, la quema de Judas y los baños callejeros o en los patios de las vecindades, “a cubetazos”.
Recuérdese que Jesucristo muere crucificado, a las tres de la tarde del Viernes Santo. Resucita al tercer día o sea al domingo siguiente. Se sabe que desde el Siglo IV se hablaba de considerar que la Semana Santa o Semana Mayor comprendía de lunes a sábado, pero por razones que no conozco se mantuvo que el sábado “se abría la gloria”, lo cual se anunciaba con el repique de las campanas y se retiraban los lienzos morados a las imágenes colocadas en los altares laterales y a los cuadros con pinturas de Santos y Vírgenes.
También me informé que el baño callejero puede tener su origen en lo siguiente: allá por los siglos XII al XIV, al terminar las ceremonias religiosas, se rociaba con ramas a los feligreses, como ahora se recibe la bendición. En la Ciudad de México desde hace años se sanciona, con multa económica, a los que arrojen agua a las personas y antes el juez calificador imponía la sanción “por desperdiciar el agua”.
Desde la mitad del siglo y hasta hace unos años, los comerciantes de diferentes ramos patrocinaban “la quema de Judas”. Los artesanos mexicanos se las ingeniaban para hacer gigantescos muñecos con cartón y carrizos, mismos que eran “rellenados” con regalos para quienes asistían al suceso. A las 11 de la mañana del sábado se prendía fuego a la tira de cohetes y cohetones colocados en el exterior del muñeco, provocando que se destruyera y cayeran los regalos.
Una de las esquinas donde se cumplía la tradición, era en la esquina de la primera calle que trazaron los aztecas, Tacuba y República de Brasil. El patrocinio por cuenta de los dueños de la Joyería La Princesa, cuyos obsequios depositados en “el judas” eran relojes, pulseras, aretes. En otros sitios de la Capital Mexicana también “quemaban judas”. Las pulquerías eran otros seguidores de la tradición. Pero por accidentes registrados la autoridad capitalina decidió prohibir “la quema”, aunque hay “a escondidas” unas quemas.
HOY, VACACIONES, PLAYAS Y….
Las celebraciones religiosas se mantienen. La actividad en la mayoría de los templos y las parroquias comienza desde el mismo principio del año o antes si es posible. Los diferentes grupos y asociaciones trabajan coordinadamente con los sacerdotes y elaboran el programa a desarrollar en cada una de las etapas. El esfuerzo para atraer a los feligreses y que participen siempre tiene el resultado esperado.
Hay apatía de unos y otros, justificando su determinación, salen a descansar a las playas, a recorrer pueblitos, a visitar zonas turísticas. Además, en los dos últimos años, es notoria la ausencia de los adulto mayores, por el riesgo de contagio pandémico.
La Crucifixión en el Cerro de La Estrella, en Iztapalapa, ciertamente es el más concurrido en todo el país.
Lo que practican algunas familias, es dedicar la tarde-noche del Jueves Santo a realizar el recorrido de los siete templos, lo que la gente conoce simplemente como La Visita de las 7 Casas. Hay una literatura impresa de oraciones para cada una de las visitas; a la salida del templo depositan una limosna, recibiendo ramilletes de manzanilla o miniaturas de pan bolillo. Al final cenan antojitos mexicanos, buñuelos con atole o chocolate.
Agradezco la colaboración y orientación que me proporcionaron mi hermanita Alma Rosa y mi buen amigo Omar Bustamante, a efecto de comentar sobre este tema de actualidad.