Un niño es un niño. No significa que no se le tenga que explicar por qué papá o mamá se va de viaje, sino que hay que hablarle de forma adecuada a su edad para que entienda los conceptos. Por ejemplo, explicarle que papá o mamá se va para conseguir dinero para comprar cosas: suele ser un concepto que entienden desde temprana edad. O decirle que volverá después de dormir 2 veces, por ejemplo, para ayudarle a entender el concepto del tiempo.
Cuidado con pasarse con las explicaciones. Aunque se tiene que tranquilizar al niño (“Papá/mamá te quiere, volveré pronto contigo”, etc.), no hay que caer en el discurso exclusivamente afectivo o emocional. Los padres no tienen por qué justificarse, por lo que hay que encontrar el equilibrio entre el discurso cariñoso, de consuelo y la explicación racional de los hechos, de forma clara, concisa y coherente.
También suele resultar muy positivo hacer partícipe al pequeño del viaje, por ejemplo pidiéndole que ayude a preparar la maleta. Enseñarle en un mapa dónde viaja papá o mamá, mostrarle fotos del lugar, explicarle cosas sobre aquel lugar y su cultura… Ayudará también al pequeño a sentirse más seguro, al centrar su atención en aspectos positivos y entretenidos del viaje. Igualmente, cuando es un poco mayor, 8-9 años, se le puede explicar el objetivo del viaje: los niños suelen sentirse orgullosos de ver a sus padres cumplir tareas importantes en viajes que a ellos les representa una aventura.
Un último consejo: no abusar de los regalos. Está muy bien traerle algún recuerdo, como una camiseta, algún pequeño peluche, un libro en un idioma exótico, etc.; pero no tiene que percibir este regalo como una recompensa, sistematizarlo como una obligación de sus padres. Es más, ciertos expertos aconsejan dejar de lado esta costumbre o tradición hacia el inicio de la adolescencia (12-13 años), avisándole con un último regalo, quizás más importante que los anteriores, que ese será el último.
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