¿Cuántos Apodos conoces en tu familia?

¿A qué María no se le dice Mary? ¿A qué José no se le dice Pepe? ¿Quién no ha escuchado hablar del Negro, el gordo, el flaco, el…?

Siempre es interesante como en México vivimos rodeados de personajes al cual llamamos de una manera que no tiene que ver con el nombre que fue registrado, sin embargo, así los conocemos y si se van así son recordados. Pero ¿de dónde viene esto?

José Delfín Val hace unos años escribió referente a este tema lo siguiente:

Antes, más que ahora, en los pueblos solía sustituirse el nombre propio de cada uno por un sobrenombre, mote o apodo que los convecinos se ponían unos a otros, haciendo gala de su ingenio y buen humor. Ingenio para ponerlos; buen humor para aceptarlos. Y nunca corrió sangre por un mote malintencionado, porque la verdad es que nunca los hubo.

Tan arraigado y frecuente era el uso del sobrenombre, que aún hoy en nuestras andanzas pueblerinas, cuando demandamos el auténtico nombre de un personaje, la gente no lo recuerda o lo recuerda con dificultad. Aparece con mayor espontaneidad el apodo que le puso el pueblo en su convivencia, que el nombre de pila con que fue bautizado.

-¿Ese? Ese siempre ha sido «El Pichilín». (Ponemos por caso el sobrenombre del famoso dulzainero peñafielense Teodoro Perucha, apodo que le acompañó en vida y muerte, pues al ser más popular por el alias que por su nombre de pila, aquel figuró incluso en su recordatorio de defunción junto al nombre que le dio la Iglesia y el apellido de su rama familiar. En muchos casos, pues, el apodo es consustancial al nombre. En otros casos, llega incluso a anularlo).

El mal-nombre, o sobre-nombre, o apodo, o alias, o remoquete de las gentes de los pueblos, tiene muy variado origen y por consiguiente no siempre es mote en el más estricto sentido de la palabra, sino cognomento, que es mote mucho más dignificante. Los académicos dicen que cognomento (palabra cursi y de poco uso mientras haya otras mejores), es renombre que adquiere una persona por causa de sus virtudes o defectos.

Sobre esto de los motes o apelativos familiares no se ha escrita nada hasta ahora y merecería la pena un estudio más a fondo de estos conceptos etnológicos que se manejan desde hace siglos. Ese segundo nombre que tienen -con orgullo y honor, por ser frecuentemente patrimonio heredado- las gentes de los pueblos, es generalmente manifestación de un buen humor y un ingenio que no suele darse en la capital.

Antes de dar paso a una larga relación de apodos y motes recopilados en la provincia de Valladolid, conviene dejar las cosas claras y echar mano de la verdadera intención de algunos conceptos que se han manejado hasta aquí: El Diccionario de la Lengua Española en su decimonovena edición, la de 1970, con el beneplácito de los señores académicos, define la palabra «Apodo» como «nombre que suele darse a una persona tomado de sus defectos corporales o alguna otra circunstancia». Queda claro, pues, que «El Cojo», o «El Enano», o «Cagancho» (famoso torero), son apodos.

Del «Sobrenombre», el Diccionario dice: «Nombre que se añade a veces al apellido para distinguir a dos personas que tienen el mismo» (Plinio el joven y Plinio el viejo, por ejemplo), en una primera acepción. En una segunda, declara que sobrenombre es el «nombre calificativo con que se distingue especialmente a una persona». De esto también encontraremos en la relación anunciada para dentro de unos renglones.

La palabra «Mote» es prima-hermana del «Apodo», pero en la quinta acepción que da el Diccionario de la Academia: «Sobrenombre que se da a una persona por una cualidad o condición suya», Mote, en este caso, puede utilizarse como sinónimo de apodo. Pero por otra parte -y he aquí la razón de orgullo con que se llevan en muchas familias castellanas los motes- la Academia acepta la palabra «Mote» como la definitoria de la «sentencia que llevaban como empresa los antiguos caballeros en las justas y torneos». Es decir, que «mote» es concepto legendario y hasta cierto punto noble, aunque los malos vientos hayan desvirtuado el significado en nuestros días, y mentes retorcidas crean que es poco menos que un insulto.

Hacer una relación  de apodos, motes, cognomentos, sobrenombres y demás sería interminable: el negro, el flaco, el gordo, el chanclas, la malinche, el pipi, el chino, chorejas, el tortuga, la liebre… la idea del ingenio y buen humor de todos: de los que los lucen y de quienes los pusieron. Muchos apodos vienen de herencia (como se heredan las propiedades, se heredan los nombres y sobrenombres). Otros son nuevos, recién acuñados y se les nota su juventud.

Nos dicen que ahora ya apenas se ponen apodos en los pueblos. Que la gente se conforma con los que hay. ¿Será que ya no hay ingenio? ¿Será que el apellido va anulando al apodo tradicional? Porque sabemos que cuando en un mismo pueblo se daban muchos «Félix», verbi gracia, el problema para designar a todos y cada uno, perfectamente diferenciados, se resolvía con «el mote» (mote -ya dijimos- era la sentencia breve que llevaban como empresa los antiguos caballeros en las justas y torneos).

Según parece, esta es otra de las costumbres tradicionales que se va perdiendo. Con el tiempo, esta parte tan pequeña de la historia de un individuo o una familia, pasará a ser Historia con mayúscula.

¿Cuántos apodos hay en tu familia? Comparte con nosotros el apoyo de tu conocido y la razón de su apodo

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