El cambio climático está afectando de forma directa a los ecosistemas. La alteración en la frecuencia e intensidad de eventos meteorológicos extremos, el cambio en los regímenes y estacionalidad de las lluvias o el incremento de la temperatura tienen efectos directos con el cómo se desarrollan las comunidades naturales, y, en consecuencia, los servicios ecosistémicos que nos proporcionan.
Una de las consecuencias socioeconómicas tiene que ver con el modo en el que el clima fuerza a cambiar el uso del suelo. Los cambios en los patrones de producción agrícola seguramente tendrán un impacto directo en las poblaciones humanas: dependemos de la agricultura para producir gran parte de las materias primas y casi todo el alimento. La producción de la uva, y, por tanto, del vino, entre otras, se encuentra en una situación preocupante.
Los cambios en las condiciones meteorológicas harán que las áreas que hoy son óptimas para el cultivo de la vid, dejen de serlo en el futuro, y viceversa, regiones que hoy no lo son, pasen a ser adecuadas.
De entrada, puede parecer que el problema se soluciona con el simple desplazamiento de la producción. Resulta más fácil trasladar los viñedos que las especies silvestres, pues son cultivos gestionados por la mano humana y llevamos desplazando especies de plantas de unos lugares a otros para su cultivo desde hace milenios.
Un problema sociocultural
Pero hay dos factores importantes que, a modo de inercia social y económica, dificultan esa transición. Por un lado, el valor cultural de la producción de vino en áreas óptimas, con tradición y denominación de origen como hay en España, Francia o Italia, se verían obligadas a reducir paulatinamente su producción, hasta prácticamente desaparecer; mientras que otras áreas nuevas de producción, sin el bagaje cultural, serían percibidas por la sociedad como subóptimas.
Por otro lado, la producción vitivinícola no solo está asociada al cultivo de la vid, además cuenta con una serie de infraestructuras que no son fáciles de desplazar. En este escenario, si se quiere mantener la producción, será necesario invertir en la construcción de nuevas infraestructuras en los nuevos entornos, mientras que las productoras más tradicionales terminarán abandonando las suyas.
La alternativa a esta deslocalización de infraestructuras sería optar por el transporte de la uva, algo que lejos de solucionar el problema, puesto que el transporte es una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero, incluso podría agravarlo.
El establecimiento de nuevas áreas de cultivo de vid, además, provoca un nuevo impacto ambiental. Las zonas óptimas serán las más altas y la instalación de nuevos campos de cultivo desplazaría la vegetación y degradaría los ecosistemas de las tierras altas. Por otro lado, intentar mantener la productividad del vino y la calidad de la uva estarán asociados a un mayor consumo de agua de riego, poniendo en riesgo la conservación de los ecosistemas de agua dulce.
Vinos de peor calidad
Pero hay una curiosidad menos conocida, y es que el cambio climático no solo afecta a la producción del vino, también afecta a la calidad. El clima y, concretamente, el aumento de la temperatura, es el factor más importante en la contaminación por hongos de la uva. Existe una gran variedad de hongos patógenos que pueden afectar a las uvas y producir micotoxinas que permanecen después en el vino.
Algunas de las toxinas que aparecerán con más frecuencia en estas bebidas, sobre todo en la producción de España, Francia e Italia, son la ocratoxina A, las fumonisinas, y las aflatoxinas; estas últimas, particularmente difíciles de detectar. Además, la presencia de estos patógenos altera el proceso de fermentación de la uva, reduciendo la acidez del producto final y alterando su bioquímica.
¿Tenemos soluciones?
Tal vez, una de las soluciones más aceptables para la sociedad, sería desarrollar, mediante la biotecnología, plantas de vid que sean compatibles con las nuevas condiciones climáticas. De este modo, se evitaría la migración de los cultivos y de sus infraestructuras a áreas sensibles, y se podría mantener la tradición cultural local.
Sin embargo, incluso en ese escenario hipotético, la calidad del vino va a caer, tanto si queremos como si no. Será necesario mentalizarse de ese hecho, asumir que cada vez habrá menor producción. Las áreas e infraestructuras que ahora son empleadas para el cultivo de la vid y la producción del vino, pueden aprovecharse para cultivar y producir otros productos, tal vez mucho más saludables.
Al fin y al cabo, y en contra de lo que dice el mito, el consumo de vino, incluso ocasional, como bebida alcohólica, está asociado a una gran cantidad de patologías, incluyendo daño cerebrovascular y ciertos tipos de cáncer. Tal y como recoge un demoledor metaanálisis publicado en la prestigiosa revista médica The Lancet, la dosis más saludable de alcohol, incluido el vino, es ninguna.
Quizá la posible desaparición del vino no sea, después de todo, una noticia tan mala.
Referencias:
Burton, R. et al. 2018. No level of alcohol consumption improves health. The Lancet, 392(10152), 987-988. DOI: 10.1016/S0140-6736(18)31571-X
Hannah, L. et al. 2013. Climate change, wine, and conservation. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(17), 6907-6912. DOI: 10.1073/pnas.1210127110
Paterson, R. R. M. et al. 2018. Predominant mycotoxins, mycotoxigenic fungi and climate change related to wine. Food Research International, 103, 478-491. DOI: 10.1016/j.foodres.2017.09.080
Ubeda, C. et al. 2020. Chemical hazards in grapes and wine, climate change and challenges to face. Food Chemistry, 314, 126222. DOI: 10.1016/j.foodchem.2020.126222