Por supuesto, el agua del mar nos ofrece numerosos beneficios para el exterior y el interior del cuerpo, pero beberla no es una forma de obtenerlos
En este momento del año, más que nunca, experimentamos eso de tragar, sin querer, algo de agua mientras nadamos tranquilamente en el mar. Si existiera una lista de cosas poco agradables del verano, seguro que junto a este calor extremo estaría ese sorbo repentino y excesivamente salado. Lo cierto es que no todo el mundo puede permitirse viajar a la playa para combatir el calor, así que este privilegio es de reconocer y apreciar, pero ay, amigo, cómo no quejarse cuando llega ese “saborcillo” a la boca.
El agua es esencial para nuestra supervivencia, y no solo por la posibilidad que algunas personas tienen de sumergirse en ella. No obstante, más del 96 % del líquido del planeta no es potable para las personas, precisamente porque contienen demasiada sal. Pero, ¿por qué somos incapaces de beber esa agua salada?
Algunos animales de los ecosistemas oceánicos, como las gaviotas, los pingüinos y otros mamíferos marinos, han desarrollado adaptaciones que les permiten beber agua salada de forma segura, mientras que los humanos y casi todos los demás animales terrestres han evolucionado para beber agua dulce. La respuesta, por supuesto, está en el aparato urinario.
Demasiada sal
Para empezar, la sal representa alrededor del 3,5% del peso del agua de mar, según apuntan desde el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). Dicho de otra forma: si se extrajera toda la sal de los océanos y se extendiera por todas las superficies terrestres del planeta, la capa salada alcanzaría más de 166 metros de altura, lo suficiente como para acabar con la fisiología humana.
Cuando muchos seres vivos emergieron de los antiguos mares hace cientos de millones de años y comenzaron a adaptarse a la vida en la tierra, algunas especies se alejaron de los hábitats costeros para vivir en áreas más interiores. Comenzó así el camino de las especies terrestres, incluidos nuestros antepasados primates. En aquel escenario primitivo, llegaron a vivir en regiones con mucha agua dulce, especialmente en lagos y ríos, donde los asentamientos continuaron expandiéndose, al entender que aquel líquido tenía un aporte fundamental para la existencia humana.
Sin embargo, a orillas de mares y océanos no se estableció tanta vida. Solo algunas especies como las ya mencionadas permanecieron cerca las mareas. Así, la selección natural se ha ido centrando en el tratamiento del agua sin sal.La clave está en los riñones
El peligro de beber agua demasiado cargada de sal, como la de los océanos, es porque nuestro cuerpo no es capaz de tolerarla. De hacerlo, quién sabe, tal vez hubiéramos existido en la forma peculiar de las figuras de las sirenas. Es en el riñón donde este proceso se nos limita.
Ahora, nuestros dos órganos encargados de eliminar los desperdicios de la sangre y el exceso de agua (en forma de orina) y ayudar a mantener el equilibrio de sustancias químicas (como sodio, potasio y calcio) en el organismo necesitan agua en una forma “relativamente pura”, pero también nuestras células en general.
Por supuesto, el agua del mar nos ofrece numerosos beneficios para el exterior y el interior del cuerpo, pero beberla no es una forma de obtenerlos. Aunque es posible ingerir un poco de sal en este sentido (no vamos a juzgarte si no te disgusta el sabor de ese trago repentino), nuestros riñones solo pueden producir orina menos salada que nuestra sangre, y el agua del mar contiene más de tres veces la cantidad de sal normalmente presente en el plasma. Lo que ocurriría si ingieres demasiado durante un determinado período de tiempo es que la sal se acumularía y absorbería más agua, lo que te conduciría a una deshidratación.