El clásico debate sobre qué define más nuestros comportamientos y elecciones, si el ambiente o los rasgos innatos, ha traído de cabeza a científicos y psicólogos durante décadas. Un nuevo informe publicado por investigadores de la Universidad de Maine ha llegado a una conclusión que podría no gustar a todos.
Lo llaman ‘el experimento prohibido’. Se trataría de comprobar, en un ambiente controlado, cómo una cría humana responde a los estímulos culturales (o a la falta de ellos, siendo privado de su libertad o del afecto de sus parientes); este cruel escenario, por supuesto, es inimaginable y nunca podrá darse a propósito para estudiar los verdaderos efectos de la cultura en el modelaje del cerebro. A excepción, por desgracia, de algunos niños maltratados que sufrieron este aislamiento por parte de sus progenitores. Genie, apodada la niña salvaje, fue una de ellos.
Encerrada desde bebé en una habitación y atada a la cama, sin recibir apenas información del exterior, desnutrida, sin lenguaje y sin afectos, fue rescatada a los 13 años. Pero ya era tarde. Ya en estos terribles casos –estudiados por educadores y logopedas– era patente el tremendo retraso en el lenguaje y en la cognición. El hostil ambiente al que había sido sometida Genie la había privado de un desarrollo normal, prácticamente imposible de recuperar, pese a que Genie no sufría ningún tipo de disfunción cerebral.
El clásico debate entre qué define más nuestros comportamientos y elecciones, si el ambiente o los rasgos innatos, ha traído de cabeza a científicos y psicólogos durante décadas. Desde el tipo de juguetes que escogen los niños para divertirse (típicamente las niñas muñecas, casitas y juego simbólico; mecánica, abstracciones lógico matemáticas los niños) hasta la carrera que escogen los jóvenes adultos (con mayor predominancia de humanidades, ciencias sociales y ciencias de la salud en las mujeres); es mucho lo que podríamos aprender, en el caso de dilucidar en qué porcentaje es determinante cada variable.
Al grano de la cuestión. En un nuevo estudio, un grupo de investigadores de la Universidad de Maine ha llegado a una conclusión rigurosa sobre este enigma. Según sus resultados, es la cultura la que principalmente ayuda a los humanos a adaptarse a su entorno y a superar los desafíos, mejor y más rápidamente que la genética.
¿El motivo? Parece que el ser humano es una criatura que evoluciona trascendiendo lo meramente animal. Pero esto no debería sorprendernos.
Después de realizar una revisión extensa de la literatura científica y la evidencia anterior sobre la evolución humana a largo plazo, los científicos Tim Waring y Zach Wood concluyeron que los humanos están experimentando una ‘transición evolutiva especial’ en la que la importancia de la cultura, como el conocimiento, las prácticas y las habilidades adquiridas, está superando el valor de los genes como motor principal de la evolución humana.
En palabras del propio Waring, recogidas en un comunicado emitido por la propia Universidad: “La cultura es un factor subestimado en la evolución humana. Al igual que los genes, la educación aprendida ayuda a las personas a adaptarse a su entorno y a afrontar los desafíos de supervivencia y reproducción”.
“La cultura, sin embargo, lo hace de manera más eficaz que los genes porque la transferencia de conocimiento es más rápida y más flexible que la herencia de genes”, concluyen los investigadores principales.
¿Por qué la cultura podría ser más fuerte que la genética?
“La cultura es un mecanismo de adaptación más fuerte por un par de razones”, según Waring: “Es más rápida: la transferencia de genes se produce solo una vez por generación, mientras que las prácticas culturales se pueden aprender rápidamente y actualizar con frecuencia”.
Más argumentos: “La cultura también es más flexible que los genes: la transferencia de genes es rígida y se limita a la información genética de dos padres, mientras que la transmisión cultural se basa en el aprendizaje humano flexible y efectivamente ilimitada con la capacidad de hacer uso de información de pares y expertos mucho más allá de los padres”.
“Como resultado, la evolución cultural es un tipo de adaptación más fuerte que la genética antigua”, afirman.
Esta investigación, además, explicaría por qué los humanos somos una especie única. “Evolucionamos tanto genética como culturalmente con el tiempo, pero poco a poco nos estamos volviendo cada vez más culturales y menos genéticos“, explica Waring.
La combinación de genes y cultura sería clave de las últimas adaptaciones humanas
La cultura ha influido en la forma en que los humanos sobreviven y evolucionan durante milenios. Según Waring y Wood, la combinación de cultura y genes ha impulsado varias adaptaciones clave en los seres humanos, como la reducción de la agresividad, las inclinaciones a la cooperación, las habilidades colaborativas y la capacidad de aprendizaje social. Cada vez más, sugieren los investigadores, las adaptaciones humanas están dirigidas por la cultura.
Con la cultura alimentando la evolución humana más que la genética, Waring y Wood escribieron además que la evolución misma se ha vuelto más orientada a los grupos. Según los investigadores, “los grupos organizados culturalmente parecen resolver problemas de adaptación más fácilmente que los individuos, a través de los valores combinados del aprendizaje social y la transmisión cultural en grupos”. Las adaptaciones culturales suelen ocurrir más rápidamente en grupos más grandes que en pequeños.
¿De individuos a ‘superorganismos’ sociales? Una lectura política
“A muy largo plazo, sugerimos que los humanos están evolucionando de organismos genéticos individuales a grupos culturales que funcionan como ‘superorganismos’, similares a las colonias de hormigas y las colmenas.
Sin embargo, estas conclusiones arrojan una doble lectura un tanto peligrosa en clave política, y no debe confundirse con el formar parte de una sociedad homogénea donde quede eliminada la pluralidad. Si bien podemos afirmar que la cooperación en sociedad facilita la supervivencia del individuo, evocar ambientes en los que los individuos sean grises e iguales, podría conllevar al peligro de la pérdida de la propia identidad y de la libertad de tomar proyectos de vida sin interferencia del resto.