Nunca antes en ninguna civilización el entretenimiento había ocupado tanto tiempo de nuestra vida como en nuestra vida contemporánea. Es cierto que ha sido parte importante de nuestra salud mental y la historia nos ha dejado grandes formas de entretenimiento que disfrutaron nuestros antepasados. Tejer, contar historias, cantar, bailar, ajedrez, cartas, lectura y escritura, narrativa oral, adivinanzas, juegos de mesa. Actividades que duraron siglos y que aún subsisten por fortuna y que permanecieron en un remanso discreto, sin contar, obviamente, el entretenimiento de los ricos, muy diferente a la de la clase trabajadora, sea campesina o industrial. Recordemos los conciertos exclusivos para la corte de los reyes, el teatro fastuoso, los cirqueros, bufones, arlequines que influyeron por supuesto en las formas de crear narrativas actuales.
De hecho vivimos una fusión de creatividades que tienen sustento en la sabia cultura popular que se ha enriquecido con las formas teatrales de la corte, todo ello lo podemos encontrar en cada evento de serie televisiva o película ante la que pongamos nuestra no reconocida necesidad de entretenernos. Lo cierto es cuando la economía de mercado descubrió la inmensa capacidad de generar ganancias como lo fue el cine y después la televisión, todo cambió. La masificación de las imágenes transmitidas impuso la ley del dinero como inversión, sueldos, costos, y difusión a todo el mundo. Como toda mercancía el entretenimiento se transformó en una industria. Las ganancias del espectáculo del entretenimiento son un escándalo, pero ya estamos más que acostumbrados y de hecho si se nos quitara esa costumbre sobrevendría un peso prácticamente nos aplastaría. Sí, tras el entretenimiento se esconde una forma monstruosa, el aburrimiento. Este mal es una tortura para la mayoría de las personas que están acostumbradas a grandes dosis de entretenimiento. Posiblemente usted conoce en su entorno personas que han desarrollado una adicción de su fuente de entretenimiento. Sí, lo que el entretenimiento oculta en una forma casi obsesiva, como si ello fuera realmente un crimen, es la diaria posibilidad de aburrirse o de librarse del dolor psíquico de la adicción a que nos cuenten algo.
Y vayamos más allá de este fenómeno cultural. La industria de entretenimiento se ha tornado en un arma que ya es peligrosa. Entretenerse ya está dentro de una forma de control social, de formación de identidades, de metodología ideológica y política. Esta fábrica de narraciones, de fanatismos deportivos, de juegos de alta sofisticación informática, de estrategias bélicas, de erudiciones de penosa trivialidad, está dominando el mercado, el interés de las nuevas generaciones orientando mucho de las energías cognitivas a un destino superfluo. Mientras la civilización se tambalea, se hunde y no encuentra la fórmula de una supervivencia pacífica, la mayoría de la sociedad se entretiene con ficciones de sus propios miedos: virus con mutaciones que destruyen la humanidad, invasiones alienígenas, enfermedades monstruosas, recreaciones de matanzas, de narcotraficantes, confrontaciones y competencias deportivas infestadas de corrupción y de toneladas de dinero.
No sabemos si el propio aburrimiento será el antídoto, es decir, que nos aburramos de esas infinita frecuencias narrativas de las que tiene que salir un vencedor. Hay algo terrible que está sucediendo y parece que tiene una inercia indetenible que por desgracia pueda fomentar la apatía para intervenir en las decisiones de nuestra humanidad, de nuestra necesidad fundamental de convivir pacíficamente, equilibradamente, justamente.
La educación tiene frente a sí al enemigo que la puede destituir y esa competencia, esa adversidad parece que no llama tanto la atención a la inmensa mayoría. Ojalá algún día retornemos a un entretenimiento enriquecedor y aleccionador pero ya estoy en otra narración que parece romántica y aburrida. Espero que lo haya entretenido con esta preocupación.
“Entretener comiendo, pero comiendo libros y estrofas” Octavio Almada
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