El miedo a la oscuridad o nictofobia suele darse en niños de 3 a 5 años de edad y a veces puede perdurar hasta los 8-9. Se sabe que en adultos es mucho menos frecuente, pero no hay estudios actualizados. “La prevalencia vital de las fobias específicas, diagnóstico en el que se enmarca la fobia a la oscuridad, es de un 8% en Europa, no existiendo datos en particular para la fobia a la oscuridad en adultos”, confirma Emilia González, psicóloga clínica de la Clínica Nuestra Señora de La Paz, de la Orden Hospitalaria de San a Juan de Dios.
Muchas personas evitan recorrer su casa en la oscuridad e, incluso, levantarse por la noche para ir al baño. El problema surge cuando la fobia condiciona totalmente la vida del afectado, tanto física como emocionalmente. En esos casos produce, tal y como describe Dolors Mas, psicóloga de Siquia, “una ansiedad intensa, con síntomas fisiológicos que acaban interfiriendo de forma significativa en la vida de la persona”.
Relación entre miedo a la oscuridad y ansiedad
Lo primero que hay que diferenciar es un miedo de una fobia. Aunque en el lenguaje cotidiano se utilizan como sinónimos, en el ámbito de la psicología y la psiquiatría se suele considerar una cuestión de grados, de modo que, para que merezca el calificativo de fobia, el miedo tiene que ser desproporcionado, no razonable, escapar a la voluntad de la persona, darse con persistencia y provocar una evitación de lo que se teme. También se suele establecer la frontera entre lo real y lo irreal. Así, una fobia sería el temor a situaciones o cosas que no son peligrosas y que la mayoría de las personas no las encuentran ni siquiera incómodas o molestas. En cambio, el miedo es una reacción natural ante situaciones, cosas, personas o animales que entrañan un peligro real.
En términos psiquiátricos, las fobias específicas -en este caso, a la oscuridad- son un tipo de trastorno de ansiedad que lleva a que los afectados puedan sentir una ansiedad extrema o tener un ataque de pánico cuando se exponen a aquello que les produce miedo.
¿Hay personas más predispuestas?
Nadie está libre de padecer algún tipo de miedo irracional, pero hay algunos individuos que, en principio, pueden ser más vulnerables. En términos generales, según expone Montse Pascual, psicóloga de Ita Urgell, se trata de aquellas personas “que tienen más predisposición a sentir miedo o ansiedad y que presentan rasgos como la necesidad de control (si no hay oscuridad no hay control), pesimismo (algo malo va a pasar) o personas que hayan sufrido experiencias traumáticas en un contexto de oscuridad”. El hecho de tener pesadillas o terrores nocturnos también favorece este tipo de fobia.
Mas señala que hay diversas teorías sobre la predisposición al miedo a la oscuridad. “Hay algunos autores que dicen que todos estamos predispuestos biológicamente a sufrir este tipo de miedos. Según otros, hay personas más predispuestas a desarrollar diversos trastornos de ansiedad o relacionados con la ansiedad (como las fobias) debido a una predisposición genética”. Sin embargo, aclara, “la cultura y el entorno también son factores importantes en su desarrollo”. Igualmente, “existen personalidades con una mayor predisposición a desarrollar trastornos relacionados con la ansiedad, como estas fobias”.
¿Por qué aparece este tipo de fobia?
“La etiología de las fobias específicas se relaciona fundamentalmente con experiencias personales”, resalta González. Y surgen “por mecanismos de aprendizaje asociativo en un ambiente de oscuridad en el que tendría lugar una experiencia de miedo o temor, de manera que se generalizaría a cualquier situación de oscuridad”.
Pero el miedo a la oscuridad también puede aparecer tras un episodio traumático como la pérdida de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad grave o un accidente que no están relacionados directamente con la oscuridad. Asimismo, Mas cita el caldo de cultivo que se genera en “personalidades altamente sensibles, así como colectivos más vulnerables como los ancianos” que, ante la oscuridad, “piensan más en su propia vulnerabilidad o en la proximidad de su muerte”. También puede aparecer a raíz de cambios en el entorno como mudanzas, irse a vivir solo o en pareja o lejos de las personas de vinculación, o bien por ver películas de miedo o terror. Finalmente, la psicóloga señala que a veces se produce un “aprendizaje” de esta fobia “a través de un familiar directo que también la padece”.
Cómo afrontar el miedo a la oscuridad
Para Pascual, la mejor forma de afrontar el miedo a la oscuridad es“irse marcando objetivos pequeños”, como ir bajando cada vez más la luz por la noche o pasar unos minutos en oscuridad e ir aumentando el tiempo. También es aconsejable aprender técnicas de relajación y respiración para hacer frente a los síntomas de ansiedad que acompañarán a esa exposición gradual. “Sobre todo, es necesario no evitar la exposición, ya que eso aumentaría y confirmaría el miedo”, resalta.
Señales que alertan de la necesidad de acudir a un profesional
En los casos en los que hay una experiencia traumática detrás, las psicólogas consideran necesario ir a la raíz del problema y trabajarlo con un psicoterapeuta. Además, es conveniente solicitar ayuda profesional cuando el miedo a la oscuridad produzca sintomatología ansiosa de tres tipos:
Fisiológica
Dolor u opresión precordial, taquicardia, disnea, mareos o sensación de inestabilidad, temblor u hormigueos en las manos, sudores, tensión muscular…
Emocional
Miedo intenso y generalizado que no se corresponde con la existencia de un peligro real, malestar y angustia por la oscuridad, miedo a perder el control, a morir o a volverse loco durante la noche, necesidad de tener controladas las salidas…
Cognitiva
Pensamientos catastróficos recurrentes acerca de que ocurrirá algo terrible durante la noche o en la oscuridad, incapacidad para controlar dichos pensamientos así como las imágenes que vienen a la cabeza, miedo intenso y descontrolado…
Tratamiento de la fobia a la oscuridad
Los tratamientos psicológicos que han mostrado mayor evidencia de eficacia son la terapia de exposición y la terapia cognitiva y de difusión, que permite trabajar determinados pensamientos irracionales que suelen estar presentes. “Ayudan mucho las técnicas de relajación, como la relajación muscular de Jacobson”, añade González.
“El tratamiento más adecuado es la terapia cognitivo- conductual”, apunta Mas. No obstante, considera que también “se han demostrado efectivas las terapias de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso, el mindfulness y, especialmente, la realidad virtual”. Si la causa de la fobia es una experiencia traumática, también se ha demostrado muy útil el EMDR o terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares.
Fuente: cuidateplus.marca.com