De los siete pecados capitales, quizá la envidia sea el menos evidente, pero sin duda es uno de los más dañinos. Y es que una vez aparece no es fácil manejarla. ¿Podemos intervenir sobre ella?
Según Aristóteles, “la envidia es el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás”. Este dolor tiende a expandirse, haciéndonos sacar, cada vez más, lo peor de nosotros mismos. La envidia tiene una potente fuerza destructiva y puede evolucionar hacia la cólera u otras emociones peligrosas si no aprendemos a canalizarla.
Una de las cosas que hacen que la envidia vaya a más y se haga cada vez más amarga es el hecho de que siempre se silencia: se niega, se disimula o se miente, pero nunca se reconoce. Manifestarla nos conduciría a un pésimo autoconcepto o incluso rechazo por parte de los demás, y como todas las cosas, cuanto más se encierran, más se pudren.
La envidia puede manifestarse de muchas maneras: resentimiento, furia, indignación, irritabilidad, tristeza, inseguridad, autocompasión, desesperación… También puede haber fases diferentes en nuestra percepción interna, podemos oscilar, por ejemplo de la furia a la tristeza en momentos diferentes.
Algunos teóricos consideran la envidia ya no sólo como una emoción o sentimiento sino incluso como un rasgo de personalidad.
¿Por qué ocurre?
La envidia es una vivencia adaptativa, está en nuestros genes, y nos ha hecho evolucionar como especie. Es el resultado de la competición por unos recursos limitados, nos lleva a prosperar o a querer mejorar.
Prácticamente cualquier cosa es susceptible de generarnos envidia: la felicidad ajena, los bienes materiales, el estilo, la belleza, las condiciones económicas, la familia, las cualidades, la salud, la suerte, las creencias, las habilidades sociales… Hace que nos veamos a nosotros mismos inferiores y ese sentimiento se va ampliando. Nos convertimos secretamente en un rival simbólico del otro, aunque el otro no lo sepa. Competimos internamente. Cuanto más punzante es la emoción, más nos afecta en otras áreas que no tienen nada que ver, llegando incluso a bloquearnos o encerrarnos en nosotros mismos.
La envidia tiene diversas facetas:
- Sentimiento de inferioridad respecto a uno mismo.
- Deseo y anhelo hacia la cualidad del otro.
- Se hace responsable al otro del propio enojo, se le culpa de la propia desdicha.
- Sentimiento de culpabilidad por el hecho mismo de sentir envidia.
- Resentimiento hacia el mundo, por la injusticia cometida respecto a la propia suerte.
- Admiración y anhelo hacia el envidiado, identificación con él, emulación de sus características.
- A nivel orgánico, la envidia libera en sangre cortisol, la hormona del estrés. Para reequilibrarla necesitamos generar oxitocina y serotonina, que las obtenemos de forma natural con la relajación, la sociabilidad, el sexo, el humor, el contacto con la naturaleza, etc.
¿Cómo enfocarla?
La envidia, como el resto de las emociones, es un mensajero, un portador de información que nos indica qué cosas están desfiguradas internamente y qué es necesario reestructurar. Todas las personas somos capaces de ver qué cosas buenas tienen los demás, y esto puede causarnos malestar o no. Detectarlas en forma de envidia nos puede dirigir a hacer cambios en nuestra realidad para conseguir aquello que deseamos.
Si bien es cierto que no siempre vamos a poder tener exactamente aquello que deseamos, sí podemos producir cambios que nos hagan sentir más cómodos con nuestra realidad. Esta sería la envidia bien canalizada: ¡Actúa!
Algunas recomendaciones que pueden facilitar este proceso:
- Redefine: ¿qué coyuntura, atributo o actitud te está indicando la envidia que tienes que cambiar de ti mismo? Trabaja en ello a nivel emocional.
- Busca el origen: ¿qué es lo que realmente activa tu envidia? A veces polarizamos nuestra envidia hacia algo, cuando en realidad lo que más deseamos es otra cosa de esa persona, que no nos permitimos sentir.
- Encuentra patrones: ¿has sentido algo similar en otras situaciones? ¿Cuál es el denominador común?
- Cambia el signo de tu emoción: transforma la envidia en admiración.
- Aprende a disfrutar de lo que tienes: no vivas en futuribles hipotéticos o remotos de lo que pasaría si tuvieras lo que envidias.
- Relativiza: nadie representa la perfección completa. ¿Qué cosas tienes tú que no tiene la persona a la que envidias? ¿Qué crees que la otra persona envidiaría de ti y cómo crees que manejaría esta carencia?
- Reajusta tus creencias: muchas veces pensamos “si yo tuviera lo que tiene X, sería feliz”, pero no es así. Esa cualidad seguramente no será la clave de la felicidad para el envidiado y por tanto tampoco sería la tuya. Es mucho más importante valorar lo que uno tiene más que lo que no se tiene.
- No te tortures: recuerda que la envidia es una emoción normal y universal, igual que tantas otras, y es esperable tenerla. A lo largo de la vida todos envidiaremos y seremos envidiados de una forma u otra.
Lo que debes saber…
- Una de las cosas que hacen que la envidia vaya a más y se haga cada vez más amarga es el hecho de que siempre se silencia: se niega, se disimula o se miente, pero nunca se reconoce.
- Si bien es cierto que no siempre vamos a poder tener exactamente aquello que deseamos, sí podemos producir cambios que nos hagan sentir más cómodos con nuestra realidad. Esta sería la envidia bien canalizada.
- Todas las personas somos capaces de ver qué cosas buenas tienen los demás, y esto puede causarnos malestar o no. Detectarlas en forma de envidia nos puede dirigir a hacer cambios en nuestra realidad para conseguir aquello que deseamos.
Fuente: salud.mapfre.es