De las heridas de la infancia nacen los recursos de respuesta que se usan en la vida adulta
“Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”, solía decir Milton Erickson, reconocido psicólogo y médico estadounidense. Y cuánta verdad encierra esta frase, repara Mónica Urrea Franco, terapeuta del alma y especialista en detectar al niño interior que muchos adultos tienen refundido, ignorado o, en el peor de los casos, sepultado en el olvido.
Pero el niño interior nunca muere. Está ahí, dentro de usted; siempre lo acompaña, tenga la edad que tenga, 20, 35, 50, 70 años o más.
“Así sea un adulto sigue activo en su psiquismo”, asegura Lady Dayana Ochoa, terapeuta de familia, pareja y duelo. Otra cosa es que no pueda o no quiera conectarse con él.
¿Cómo conectar con su niño interior?
“Es el que se expresa cuando no se siente suficiente, tiene baja autoestima, sufre de falta de merecimiento, de inseguridades, culpas, rabia reprimida”
Si se pregunta cómo hacerlo, empiece por observarse y reflexionar sobre lo que está pasando en su vida, le recomienda Mónica Urrea Franco.
“¿Cómo son sus pensamientos, sentimientos y emociones? Fíjese en la forma que reacciona frente a determinados estímulos y cómo actúa en situaciones de vulnerabilidad, crisis, estrés, pánico, preocupación, miedo, nostalgia, etc. ¿Siente o le han dicho que lo hace de forma exagerada? ¿Ha identificado reacciones repetitivas?”.
No se quede solo en la emoción, observe con atención su cuerpo. Dese cuenta si se mantiene en alerta, suda y su corazón late más rápido, o de qué otra forma se manifiesta.
“Recuerde que el cuerpo se fía y es clave para darle aviso de lo que siente y de lo que fue programado en su edad más temprana”, dice Ochoa.
Su niño interior no para de enviarle señales de cómo se encuentra, de qué quiere y qué necesita: “Es el que se expresa cuando no se siente suficiente, tiene baja autoestima, sufre de falta de merecimiento, de inseguridades, culpas, rabia reprimida o de esa tristeza a la que no le halla una razón aparente”, precisa la terapeuta Urrea Franco.
Pero también es “ese niño mágico, alegre, creativo, inocente, travieso, divertido y juguetón que se maravilla con las cosas más simples de la vida”.
El psiquiatra suizo Carl Jung fue quien sentó las bases del niño interior y habló “de esa información de la infancia (emociones, recuerdos, acontecimientos) rezagada en la memoria, pero que es latente”, explica Ochoa.
Y el término (niño interior) es acuñado por la Escuela de la Gestalt y plantea que “la percepción que hayamos tenido sobre situaciones de la vida determina varios de nuestros sistemas estructurales en la mente y, por lo tanto, en las emociones”.
Preste atención a las heridas de la infancia
En otras palabras, el niño interior es aquella parte de su alma que se activa en automático ante determinada situación.
Por ejemplo, si alguien lo hiere usted responde o actúa según sus recursos. Recursos que fueron construidos desde que era pequeño, “incluso desde que llegó a habitar el sagrado vientre de su mamá. Usted a veces hiere de la misma manera en que fue herido”, explica Ochoa.
Las heridas más frecuentes de la niñez han sido categorizadas por la psicología como las cinco heridas del alma: abandono, rechazo, humillación, injusticia y traición.
Y estas no solo se revelan en las reacciones emocionales frente a determinada circunstancia: “Su forma física es correspondiente a la herida que presenta”, asegura Pilar Astrid Lizarazo, psicóloga y terapeuta psicogenealogista.
Ella habla también desde su propia experiencia: “Soy gorda, pero cuido mi alimentación, me encantan las verduras y las frutas, no tomo gaseosas, no soy de dulces… Y me es supremamente difícil bajar de peso”.
Esta psicóloga reconoce que las heridas de la traición y la humillación presentes en su niño interior son heridas ancestrales: “Mi abuela paterna fue desheredada, repudiada, olvidada, excluida del clan familiar por su propio padre”.
Pilar confiesa sentirse conectada y sensibilizada desde muy pequeña con el sufrimiento de su antepasada y, en una clara “alianza”, dice que su cuerpo lo manifiesta: “Yo soy grande, hablo y piso duro para que no me pase lo de mi abuela, ser olvidada”.
Casos como este remiten a la teoría expuesta por Lise Bourbeau en su libro Las cinco heridas que impiden ser uno mismo: “El cuerpo es tan inteligente que siempre encuentra el medio para mostrarnos lo que debemos resolver”, dice la autora, experta en crecimiento personal y seguidora del psiquiatra austriaco Sigmund Freud, a quien agradece por “su monumental descubrimiento del inconsciente y por haberse atrevido a afirmar que lo físico podría estar relacionado con las dimensiones emocionales y mentales del ser humano”.
Estas heridas sufridas en el alma infantil se expresan en la adultez en forma de conflictos, bloqueos, traumas, miedos, que pueden ser tratados desde diversos enfoques terapéuticos.
Pero “si hay alguien más idóneo para hacerlo es el niño interior que vive en usted, porque solo usted se conoce tanto para identificar cómo experimentó y asimiló determinada situación”, apunta Urrea Franco.
Gran parte de la “magia” de esta sanación, dice, se da cuando, como adultos, nos permitimos conectar con ese niño que todos llevamos dentro, lo reconocemos, abrazamos sus heridas y carencias emocionales y le damos ese arrullo, cuidado, amor y protección que pudieron faltarle.
Tal como lo repetía Milton Erickson, porque “nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”. Empiece ya.
Ejemplo de carta para su niño interior
Escenificar las situaciones de las que quiere liberarse a través de símbolos o de objetos es una poderosa herramienta para resolver traumas o heridas de la infancia.
Una opción es escribirle una carta a su niño interior, sugiere la terapeuta Lady Dayana Ochoa.
1. Hágalo en un lugar tranquilo, acompañado de música instrumental de relajación con la que sienta que está disfrutando de un cálido arrullo (por ejemplo, Canto maternal carnático, de Mónica Fuquen). Enliste las situaciones que recuerda que le dolieron; quémelas y ofréndelas a su ser superior. Este es un modelo:
Querido (a) niño (a) interior
Hoy quiero pedirte perdón por sobreesforzarte, por exigirte perfección y estar en modo lucha. Quiero reconocer que creciste en medio de varias necesidades y de mucha tristeza por los duelos de casa (escribe las muertes, enfermedades, accidentes, traiciones, miedos, deudas, conflictos, exclusiones, abandonos, etc.). Quiero decirte que eres amado (a) por mí y reconocido (a) como mi más grande tesoro. Hoy agradezco lo que has logrado y reconozco que venías temeroso (a) creciendo en la vida y, a veces, respondías como un perro furioso con el rabo entre las piernas. Quiero, amado (a) niño (a) mío (a), que puedas crecer y cruzar las edades que corresponden en el camino vasto de la vida, que puedas disfrutar del gozo y de la bendición y la protección; que puedas decir adiós a la melancolía y a la nostalgia agradeciendo lo aprendido. Te amo, niño (a) interior, no te dejaré de lado. De ahora en adelante jugaré y bailaré porque sé que amaste hacerlo.
Con amor, tu adulto (a).
2. Otra opción es escribirle una carta a mamá y otra a papá, dándose el permiso de reconocer sus fallas, reclamarles lo que siente necesario manifestarles. En la parte final escriba también sus virtudes y todo aquello que les agradece.
3. Otro poderoso acto simbólico es darse ese regalo que de niño anheló recibir, pero se quedó esperándolo. “Pueden ser cosas muy sencillas: una pelota de letras, una muñeca… Puede comprárselo o dibujarlo, luego imagine que está frente a su niño interior y le dice: ‘Aquí te traigo esto que siempre quisiste. Este regalo es para ti’”