El refrigerador es ese punto de la cocina más socorrido cuando te asalta el aburrimiento o la ansiedad. ¿Cómo evitar que no repercuta en la salud mental y física?
Cuando comenzó la pandemia, uno de los puntos más recorridos de la casa sin duda fue el frigorífico. Esta ‘zona cero’ de la cocina en la que conservamos distintos alimentos fue el recurso favorito para calmar la ansiedad que nos provocaban los recientes acontecimientos. Ahora, meses después, seguramente muchas personas sigan sintiendo esa intranquilidad que solo puede ser calmada por la comida.
En realidad, el hambre emocional, como lo llaman distintos psicólogos, puede provenir de nuestros instintos de supervivencia más primarios. “Nuestros cuerpos no reconocen la diferencia entre el estrés que sentimos si un león nos persigue y el estrés originado por los plazos de entrega de un trabajo”, admite Aisha Muhammad, médica especialista en nutrición, en un reciente artículo de la ‘BBC’. “Cuando estás estresado, anhelas alimentos que sean fáciles de digerir y liberen energía rápidamente para ayudarte a luchar o escapar, es decir, o azúcar o carbohidratos”, comenta por su parte la dietista Sophie Medlin en ese mismo diario.
Si disfrutas de la experiencia y te lo tomas con calma, saboreando bien los alimentos, será mucho mejor y más sano que comer compulsivamente
Por otro lado, no hay que sentirse especialmente ansioso para llevarse alimentos a la boca sin parar. También influyen otras sensaciones que pueden aparecer en mayor o menor medida, como por ejemplo el aburrimiento, muy frecuente durante la pandemia al haber restringido y paralizado nuestras interacciones sociales. En este caso, comemos con el objetivo de escapar de esa incómoda sensación de no tener nada que hacer, o peor aún, no saber qué hacer con nuestro tiempo.
Pero esto tampoco tiene por qué ser negativo. Si en vez de optar por alimentos hipercalóricos o cargados de azúcar nos decantamos por fruta, el hambre emocional puede convertirse en una gran aliada de cara a llevar una vida más saludable y también para adelgazar. Desgraciadamente, esto no suele suceder, ya que es más probable que tu cuerpo te pida un refuerzo de azúcar o grasas para calmar la ansiedad, como explicaba anteriormente Medlin. Por ello, la mejor forma de convivir con el hambre emocional pasa por hacerla frente y evitar abrir el frigorífico cada vez que sientas estrés.
“Las tres F”
Rangan Chatterjee, autor de varios libros sobre la relación entre la pérdida de peso y el estrés, ha elaborado una técnica que bautizó como la regla de “las tres efes”, en relación a los conceptos de “feel“, “feed” y “find” en inglés, (“sentir“, “alimentarse” y “descubrir” respectivamente). Así, la primera alude a analizar y reflexionar sobre la sensación que desencadena el estrés: si estás aburrido, es mero estrés o realmente tienes hambre. La segunda, se basa en escoger bien el alimento que te vas a llevar a la boca y si realmente te vas a sentir mejor después de ingerirlo. Por último, el descubrimiento alude a encontrar nuevas técnicas para mantener a raya el hambre emocional. Esto podría ser un tipo de ejercicio físico, un baño, dormir, llamar a un amigo o bien practicar técnicas de relajación para reducir ese aburrimiento o estrés.
Otro punto de vista es el de la nutricionista Rachel Hartley. Según ella, este hambre emocional puede revertirse degustando con más placer la comida. Lo que ella llama “comer con atención e intención”. Si disfrutas de la experiencia y te lo tomas con calma, saboreando bien los alimentos que te llevas a la boca para así también reducir la cantidad, será mucho mejor que comer compulsivamente.
“La comida rara vez soluciona problemas y no puede ayudarte a procesarlos”, prosigue Hartley. “Por ello, comer no debería ser el único mecanismo de supervivencia en tu caja de herramientas”. Aún así, si de verdad caes en la trampa y abres el frigorífico de forma más frecuente, tampoco te debes autoflagelar o pensar que haces lo incorrecto. Esto solo agravaría aún más tu sentimiento de ansiedad, preocupándote en exceso por tu compulsividad. En este sentido, lo mejor será apostar por una dieta equilibrada en la que haya todo tipo de alimentos, establecer un plan de comidas y cenas y, sobre todo, ser responsable para que no te entre la amarga sensación de que no puedes controlar el impulso de llevarte algo a la boca.