Un experto en antropología analiza la concepción que tenemos del tiempo comparándola con la de las tribus indígenas del sur de África y extrae una sagaz conclusión.
La sociedad en la que vivimos va a distintas velocidades. Por un lado, la relativa a aquellos que trabajan y, digamos, cumplen un papel dentro del engranaje social. Y en el otro, la de aquellos que ansían disponer de una fuente de ingresos gracias al trabajo y, por más que lo intentan, no lo consiguen. Los primeros llegan a un acuerdo con la empresa que les emplea por el cual ceden unas horas de su tiempo a cambio de un salario. Los segundos, en cambio, trabajan en buscar un trabajo, valga la redundancia, sin recibir una contraprestación económica por esa tarea.
El tiempo del que disponen ambos es el mismo, al fin y al cabo el día tiene 24 horas. Sin embargo, la relación que tienen con él estos dos grupos de personas se manifiesta de forma diferente. Los que trabajan valoran muchísimo más el tiempo libre, las horas de esparcimiento en las que no hay nada que hacer. En cambio, el segundo grupo tiende a ir sobrado de tiempo, pues si además el círculo social en el que se mueven se conforma de personas ocupadas, se encontrará con un mercado laboral en el que es muy difícil entrar a no ser que cuentes con un respaldo social o económico. Y nadie es capaz de pasar más de medio día mirando ofertas o echando currículums, pues al final lo más difícil es conseguir sortear y vencer la desesperación que entraña el hecho de no ser el candidato elegido cada vez que se te presenta la oportunidad, con todo el desgaste mental y emocional que conlleva el hecho de no poder encontrar tu hueco en el mercado laboral.
Hay un sector de la población que nunca tiene tiempo y siempre está ocupado, incluso en su propia gestión del ocio y tiempo libre
Por tanto, podríamos decir que mientras unos administran su vida privada en base al margen de tiempo (la mayoría de las veces escaso) que les deja su jornada laboral, otros, en cambio, cuentan con todo el tiempo del mundo y, a no ser que lo aprovechen para seguir formándose con la esperanza de conseguir un trabajo más especializado en el futuro o decidan emprender por su propia cuenta y riesgo, lo único que percibirán será un océano inmenso de horas y días. En resumidas cuentas, hay un sector de la población que nunca tiene tiempo y siempre está ocupado, incluso en su propia gestión del ocio y tiempo libre; mientras, a los que no trabajan el tiempo se les come, llevando su existencia a la más profunda monotonía.
Los bosquimanos y el tiempo
En este punto, cabe reflexionar si siempre esto ha sido así. Si lo que entendíamos por tiempo de trabajo o de ocio se parece a lo que entendían otras civilizaciones. Recientemente, el antropólogo sudafricano James Suzman, famoso por haber estudiado durante casi 30 años la forma de vida de los bosquimanos, una tribu indígena en diversas partes del sur de África (sobre todo en Namibia y Botsuana) que existió hasta finales del siglo XX, ha publicado un libro en el que aborda la cuestión antropológica del trabajo. ‘Work: A Deep History, from the The Stone Age of the Age of Robots’, que saldrá en enero del año que viene, es un ambicioso estudio que explora cómo la sociedad moderna, con todos sus avances y gestión del tiempo, parece estar menos satisfecha con su vida que las comunidades a pequeña escala, comparando ambas concepciones tan relacionadas entre sí: el trabajo, el ocio y el tiempo.
“Las tribus primero trabajan para satisfacer sus necesidades y luego se paran a descansan, en lugar de planificar tanto el futuro”
En los esquemas mentales en los que nos movemos no podemos concebir el trabajo sin el ocio, pues uno es el contrario del otro, ya que el tiempo que no pasamos trabajando es tiempo libre que tenemos para nosotros. Si queremos atender a la naturaleza más básica del trabajo, podremos decir que es la cualidad que más nos define como humanos y a su vez nos distingue de las bestias. Por ello, si queremos saber cuáles son los valores y la cultura que rige a una sociedad, sea cual sea, deberemos prestar atención a cómo se ganan la vida trabajando o la concepción que tienen del mismo.
En este sentido, los bosquimanos analizados por Suzman basaban su idea del trabajo en un principio de intercambio social. Recogiendo las ideas expresadas por el sociólogo francés Émile Durkheim, en las tribus de cazadores-recolectores el sentido de comunidad prevalece frente al de individuo, pudiendo intercambiarse las distintas tareas que deben hacer para el correcto desarrollo de la especie. Las costumbres y religiones difuminaban las diferencias individuales de fuerza, habilidad y ambición. En palabras de Derek Thompson, quien ha escrito un artículo muy interesante en ‘The Atlantic’ sobre el tema, “el trabajo compartido implicaba valores compartidos”.
La ‘enfermedad de la aspiración infinita’
En cambio, como podemos observar, en la sociedad moderna capitalista la sociedad viene regida en base a un contrato social por el que tú pagas un dinero a alguien para que te venda o preste un producto o servicio que no podrías adquirir o disfrutar por ti mismo. Poco a poco, las clases sociales se instauraron en base a un sentido de la competencia y de la especialización. Al igual que a la hora de intentar acceder a un empleo debes disputarte la plaza con otros tantos trabajadores en base a tus méritos y reconocimientos, las empresas empezaron a rivalizar entre ellas no solo para ofrecer productos mejores, sino también ganancias y beneficios mayores. “Es lo que Durkheim llamó una ‘enfermedad de la aspiración infinita'”, asegura Thompson, “que ahora hemos descubierto que es crónica”.
“La sociedad actual se rige por una obsesión de planificar constantemente el futuro”
El periodista cita una encuesta del ‘Pew Research Center’ en la que se preguntó a la población estadounidense cuál era su secreto de la felicidad. La mayoría apuntó que un trabajo o carrera que pudieran disfrutar, mucho más que la idea de formar una familia o establecer un compromiso duradero en el tiempo con alguien. “La carrera profesional, y no la comunidad, es la piedra angular de la vida”, observa Thompson.
Esto lo podemos comprobar también en la sociedad española, aunque en menor medida, puesto que nuestra cultura mediterránea sitúa en un lugar más privilegiado el hecho de pertenecer a un grupo, ya que goza de un espíritu más familiar. Pero en cualquier caso, la mayoría de las veces resulta imposible aspirar a fundar una comunidad propia si no dispones de los recursos económicos necesarios. Uno de los problemas de España, en concreto, es su baja tasa de natalidad, sobre todo a raíz de que muchos jóvenes no pueden encontrar esa ansiada estabilidad económica que les permita afrontar el reto de formar una familia.
Y es aquí donde entra la relación que tenemos con el tiempo, ya que vivimos siempre anticipando. “Los pequeños grupos de cazadores-recolectores en climas tropiales rara vez almacenan los alimentos más de unos pocos días“, escribe Suzman. “Confían en la abundancia de su entorno, por lo que primero trabajan para satisfacer sus necesidades absolutas y luego se detienen a descansar, en lugar de planificar el futuro”.
Esta idea es muy interesante, puesto que en la sociedad moderna en la que nos encontramos parece que en ningún momento nos podemos relajar. Incluso cuando estamos descansando de nuestra jornada laboral nos resulta difícil definir bien cómo y en qué queremos aprovechar nuestro tiempo libre, puesto que ya estamos pensando en el día siguiente y en la posibilidad de perder nuestro medio de subsistencia. Haciendo la comparación con la tribu de los bosquimanos, es como si viviésemos en un bosque en el que los recursos no estuvieran siempre disponibles y, por tanto, hubiera que luchar por desarrollar un espíritu de seguridad o fortaleza frente a lo que pueda pasar.
El miedo al futuro
Por tanto, existe ese miedo a perder el trabajo o que, por diversas circunstancias, ya no seamos necesarios, tanto para el empleador como para la sociedad en su conjunto. “La civlización moderna es un santuario del futuro”, agrega Thompson. “Esta obsesión por planificar el futuro va más allá de los ciclos de cultivo de las sociedades agrícolas o los préstamos a largo plazo de las sociedades modernas. Está en el corazón de nuestro concepto de educación y desarrollo corporativo, ya que se supone que tanto los estudiantes como los trabajadores jóvenes perfeccionarán sus habilidades por las que serán recompensados años después”.
Sin embargo, por más que vivimos anticipando, más infelices somos, puesto que nos invade la incertidumbre y la ansiedad de pensar en ese hipotético día en el que ya no produzcamos valor tanto para nuestras empresas como para los clientes a los que se dirigen. Es el famoso miedo de quedarse atrás, tan propio de una sociedad cuyo desarrollo socioeconómico y tecnológico va muy rápido, y cuyas competencias laborales se actualizan constantemente. Más aún, este año con la crisis sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus hemos comprobado más que nunca que en cuestión de días todo nuestro sistema y forma de vida puede verse trastocado por algo tan insignificante como un virus.