Hay una gran variedad de situaciones que pueden generar miedo en los niños durante sus primeros años de vida. Es importante tener en cuenta que estos son de tipo evolutivo y adaptativo y que es normal que aparezcan, teniendo como fin una función protectora.
El objetivo principal es que estas sensaciones desagradables experimentadas por el niño a baja escala cumplan una función de supervivencia y aprendizaje que le aparten de una situación de peligro. Muchos de los miedos que aparecen son de índole irracional. Para ello, como adultos, es importante ponernos en el lugar del menor. Este está comenzando a explorar, conocer y relacionarse con el mundo, muchas de aquellas cosas que para nosotros son habituales, como una tormenta, para el niño no lo son. Y como sabemos, lo desconocido siempre nos genera miedo e incertidumbre.
Bebés de 6 a 8 meses
A partir de los 6 meses, el bebé comienza a experimentar la sensación de miedo. En este momento el temor aparece con los estruendos fuertes y repentinos que pueda haber en casa o en el exterior. Por ejemplo, con el ruido del aspirador o de una moto. Alrededor de los 8 meses aparecerá el miedo a las personas desconocidas y a la posible separación de los cuidadores.
De 1 a 2 años
A lo largo del primer y segundo año se intensifica y mantiene el miedo a las personas desconocidas y a la separación de los padres. Es importante tener en cuenta que esto último es algo que estará presente a lo largo de los años. Los cuidadores son el sustento y fuente de protección principal del niño. En esta etapa surgen los primeros miedos relacionados con los animales y ruidos fuertes como los de una tormenta.
De 2 a 6 años
En la etapa preescolar, comprendida entre los 2 años y medio y los 6 años, se mantienen los miedos de la etapa infantil, además en este momento, los niños comienzan a desarrollar el mundo de la imaginación, que se genera a través de los cuentos, dibujos animados o juegos, comenzando a temer a los seres inanimados. La aparición de estos miedos se debe a que su desarrollo cognitivo aún no le permite diferenciar bien entre lo real y lo imaginario. El niño empezará a temer a las brujas y a los dragones de los cuentos. También temerá al personaje malo de los dibujos que ve, creyendo que pueden estar debajo de la cama, en el armario o que entrará en su habitación cuando esté durmiendo. Otro miedo importante que aparece en esta segunda etapa es a la oscuridad.
De 6 a 11 años
A lo largo de la tercera etapa, comprendida entre los 6 y 11 años, el niño comienza a comprender y diferenciar la realidad, por lo que los temores y miedos se tornan más realistas y específicos. De esta manera, algunos de los anteriores comenzarán a desaparecer como, por ejemplo, el miedo a los seres inanimados. Comienzan a tomar partido los temores relacionados con el daño físico, como producirse un accidente o lesión, el miedo a las heridas, la sangre y las inyecciones.
En esta etapa, el niño toma más conciencia de sus actos y las relaciones con sus iguales, por lo que esto también comienza a ser una potencial amenaza. Puede aparecer temor al fracaso escolar y a las críticas con respecto a sus iguales.
Durante la adolescencia
En esta etapa las relaciones con los iguales comienzan a tener un lugar muy importante. Los miedos que aparecen están ligados al contexto escolar como, por ejemplo, los exámenes. Los adolescentes temen suspender y que el resto de compañeros puedan juzgarles o burlarse por ello, ya que la aceptación social juega un papel fundamental en este período. Estos necesitan sentir que pertenecen a un grupo y tener una valoración positiva por parte de los demás. También se le comienza a dar una gran importancia al físico y a las primeras relaciones amorosas, por lo que la necesidad de gustar es realmente importante. Sentir que esto no se da puede generar un gran temor y derivar en miedo a la soledad, también presente en esta etapa.
La adolescencia también es una época de mucha incertidumbre y frustración. Es un período de transición, en el que dejan de ser niños y comienzan a prepararse para ser adultos. Pueden aparecer diversos cambios, tanto en los gustos y amistades como en las características físicas y hormonales. Además, en ocasiones querrán llegar a situaciones y objetivos que por el momento tendrán que esperar.
También, aparecen algunas preocupaciones en relación al futuro, ya que desde que son jóvenes parece que la sociedad les plantea y les presiona para que tengan las cosas claras: los estudios, la profesión o los planes de vida.
¿Cómo podemos diferenciar entre un miedo evolutivo y un miedo persistente?
Como se comentaba al inicio de este artículo, los miedos evolutivos son adaptativos y necesarios para nuestro desarrollo. Nos permite mantenernos alejados de peligros y situaciones que puedan generarnos un daño. Estos tienen un principio y un fin, es decir, remiten. Sin embargo, estos se convierten en un problema cuando comienzan a ser persistentes. El niño presenta una reacción emocional muy elevada ante una situación que carece de riesgo o que no supone un peligro real. En este caso, estaríamos ante una fobia. El niño comenzará a evitar situaciones que estén relacionados con ese miedo y se producirá una repercusión en su día a día. En este caso, se necesitará la ayuda de un profesional para trabajarlo.
¿Cómo actuar ante estos miedos?
- Es importante que los adultos nos mostremos comprensivos ante estos miedos evolutivos. Entender que no es algo negativo, sino necesario en el desarrollo emocional del niño. Por tanto es importante que, como cuidadores, nos mostremos tranquilos.
- No forzar al niño a enfrentarse a las situaciones temidas. Como adultos tenemos que acompañarlo en ese miedo y dotarle de seguridad. Es conveniente que no mostremos nuestros propios miedos, ya que se los podemos transmitir al niño, dando lugar al desarrollo de ese temor.
- No castigarle ni regañarle ante este tipo de miedos.
- Normalizar estos miedos y validar cómo se siente.
- La función como adultos es principalmente la de acompañar. También podemos dar una explicación que les ayude a calmarse. Esta debe ser breve y concisa, ya que los niños tienen mucho más desarrollada la parte emocional del cerebro y no tanto la racional. Por ejemplo, ante el miedo a la oscuridad en el pasillo de casa, le acompañaremos e iremos dando las luces para que vea que todo está bien y que en casa estamos seguros.
- Otra opción es dotar de recursos externos a los niños para que puedan sentirse más seguros. Por ejemplo, si tiene miedo a la oscuridad, podemos darle una linterna para que utilice cuando tenga que cruzar el pasillo de casa. Aún con el recurso, si necesita el acompañamiento del adulto, iremos con él.