Tengo dos hijos varones uno de 20 y otro de 14, y créanme, aunque hablarles de sexualidad no me ha sido nada fácil, tampoco es algo tan terrible como me lo ‘pintaba’ mi familia y amigos.
Todo empezó en su primer infancia, desde que tenían que ir al baño a hacer pipí y al bañarse, limpiarse su cuerpo correctamente. Pero llegó la pubertad y con ella, uno que otro dolor de cabeza, porque uno no quería que el otro lo mirara o se hacían bromas; por ejemplo: porque uno ya tenía “pelitos” en la axila y el otro no.
Con el paso del tiempo, mi hijo mayor empezó a salir con sus amigas de la escuela, tendría unos 13 años, así que agarré valor y hablé con él. Recuerdo que tenía muchas ganas de hacerlo, no quería que fuera un momento tenso ni incómodo y opté por llevarlo a comprar unos videojuegos.
Necesitaba un lugar neutral donde pudiera sentirse un poco más en libertad que en la casa.
Mientras íbamos por los pasillos del centro comercial, recuerdo perfecto que súper casual le dije: “Max, aprovechando que no está tu hermanito, quiero decirte que puedes platicarme y preguntarme cualquier duda que tengas sobre tu sexualidad”
Por supuesto que volteó a verme con los ojos desorbitados y el rostro rojo ante la sorpresa de lo que le había dicho, sabía, sin que yo se lo dijera que esa era “la plática”.
Max respondió con un tímido: “sí, mamá, pero no tengo ninguna duda”. Entonces, me dio la pauta para abrir plática.
“¿Sabes cómo poner un condón?”: pregunté.
“Este… más o menos, bueno no, má”: respondió todo asustado.
“Ok, solo quiero que sepas que aquí estoy para ti, que no te voy a juzgar y que si tienes dudas, podíamos juntos resolverlas. Por ejemplo: ponerse un condón y que no se rompa.
Así como te enseñé a ponerte las agujetas, quiero que aprendas a ponértelo y no solo por el hecho de prevenir un embarazo no planeado sino también por las Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS).
Le dije que sabía que era un tema que tal vez a él le daba pena, pero a mí no, que finalmente es mi hijo y podía contarme lo que fuera sin que se sintiera juzgado.
Poco a poco lo vi cómo se relajó, vimos los videojuegos, escogió uno y no volvimos a mencionar el tema hasta antes de llegar a casa.
“Má, sí quiero preguntarte muchas cosas, pero luego porque ahorita me quiero poner a jugar”
¡Por supuesto, mi amor! Cuando quieras y te sientas cómodo, tú pregúntame lo que quieras.
Así fue como ‘rompí el hielo’ con mi primer hijo y más que un momento tenso, fue un momento que sé que recordará al igual que yo porque en vez de ser incómodo, nos unió más.
Ahora me toca volver a idear una salida para hablar con Memo, mi segundo hijo y estoy segura que será igual de especial que con Max.
Si tú como yo estás en esa etapa de la vida de tus hijos que no sabes cómo hablarles, lo que te puedo decir es que te prepares por si te preguntan algo (lo más básico) contestes claramente y no los confundas, pero sobre todo, ve con la idea de que así como en otras etapas de la vida le enseñaste cosas desde tu corazón, de la misma forma lo hagas y ten paciencia, porque tal vez con una mirada te digan que no, o no sea el momento correcto o no quieran hablar.
Mucho tiene que ver el tono en cómo le hablas, cómo le preguntas y dónde lo haces, así que elige bien tus preguntas y el lugar para hacerlo.
Hazlo y verás que cuando te abres por completo, ellos lo sienten y están más receptivos. Lo importante es hacerle ver que estás ahí incondicionalmente y con el corazón abierto para cuando te necesite.