Cómo enseñar a nuestros hijos a reflexionar

¿Por qué existimos?, ¿Para qué sirve un jefe?… Si tu hijo te hace este tipo de preguntas entre bocado y bocado, que no cunda el pánico: tenéis sentado a la mesa a un filósofo en potencia. Aprovecha la oportunidad para contribuir a su desarrollo. Aquí tienes una “pequeña guía de filosofía familiar”.

Todos los niños pueden filosofar… ¡y los padres también! Hacia los 4 o 5 años, los niños nos bombardean con preguntas. Las hay interesantes, divertidas, inquietantes… La vida, la muerte, el amor, la justicia… ¡no hay tema que se les resista!

Consejos para estimular la inteligencia de los niños

La filosofía es, precisamente, el arte de hacer preguntas que no tienen respuestas categóricas. No es preciso haber leído a Kant para entablar con nuestro hijo una conversación filosófica: basta con mostrar la misma curiosidad que él, considerándolo un interlocutor capaz de reflexionar sobre las grandes cuestiones de la vida.

A veces, sus preguntas parecen estrambóticas pero, si lo escuchamos, descubrimos con sorpresa todo lo que bulle en su cabecita. A menudo, basta con responder con otra pregunta para que el niño precise mejor lo que está pensando: “Al decir esto, ¿a qué te refieres?”, “¿Qué significa esa palabra?”.

Podemos pedirle que ponga ejemplos para aclarar su idea: “¿Y eso a qué te recuerda?”, “¿Te ha pasado alguna vez?”. El silencio no tiene por qué ser una mala señal: el flujo del pensamiento no se expresa sólo mediante la palabra, sino también a través de los gestos y la mímica del niño, que indican que está reflexionando, que escucha, que no está de acuerdo… Pistas muy valiosas cuando se trata de niños muy pequeños o poco habladores.

En la práctica, mejor que darle una respuesta que podría llevar su pregunta a un punto muerto, podemos ayudarlo a profundizar mediante nuevas preguntas: “¿Y tú estás de acuerdo?”, “¿Te parece que está bien?”. Así, el niño descubre que es capaz de elaborar por sí mismo una respuesta y comprende que, para algunas preguntas, no hay una respuesta concluyente: hay respuestas, en plural, porque cada uno tiene su opinión.

En la discusión filosófica, las respuestas son plurales y es bueno que, al cabo de un rato, aportemos nuestro punto de vista y hagamos comprender al niño que otros pueden pensar de modo distinto, ¡empezando por él mismo! Eso supone aceptar que desarrolla un pensamiento autónomo, diferente del nuestro.

No siempre es fácil pero, gracias a ello, el niño descubrirá que puede estar en desacuerdo con nosotros y expresarlo sin necesidad de gritar o de coger una rabieta. Todo lo anterior no significa que todas las ideas sean válidas: para defender una opinión hay que argumentarla. Es una habilidad que irá adquiriendo con más soltura a medida que compruebe que puede discutir sin pelear.

A fuerza de debates, el niño puede llegar a cuestionar la necesidad de beberse la leche o de ordenar su cuarto. No todo se discute. Isabelle Duflocq, educadora y animadora de talleres de filosofía para niños, insiste: “No se puede pedir la opinión del niño en temas educativos”.

Fuente: www.conmishijos.com

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